Aquellos domingos de paseos inciertos, una sola calle, la gente, los puestos y nunca ni un céntimo para emborracharnos. Nos condenábamos tardes a la lucidez de veinte años. Nos batíamos a muerte por cada palabra y a manos desnudas [callos y frialdades] irritándonos pieles y gargantas, galvanizándonos [a veces] a besos y sin creernos del todo lo nuestro, descosíamos sueños.
[Cómo ha pasado el tiempo].
Y después de armarnos, de doblar sudarios, de los guantes largos, del café más negro [después de tantos años] es el eco de tus pasos de invierno lo único que en una tarde de domingo en la calle [cárcel] permanece vivo.
Quizá es porque entonces salía sin coraza y no me dejabas ponerme los guantes.
[Cómo ha pasado el tiempo].