miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ante todo mucha calma

Después de unos días en los que no he parado de consumir cultura como si no hubiera a haber un mañana tiendo a la angustia existencial barata: y es que me creo en la absurda obligación de reseñar absolutamente todo lo que he visto. Como si fuera a descubrir a alguien un mundo nuevo y luminoso, rodeados como estamos de flamantes mundos tan brillantes como efímeros.

Entonces me imagino una especie de mesa-artefacto como la que se adueñaba del espacio escénico en Las listas de Wallovits, y me imagino como el escritor que no escribe y que desgrana un interminable inventario de eventos, mientras me impulso en una silla de ruedas, o practico asanas, que es más saludable o eso dicen. Ridículo. El resultado, aunque su contenido fuera más o menos interesante y pudiera resultar en principio entretenido, evolucionaría, como sucede tristemente con la experiencia teatral del director argentino, hacia el exceso y la irregularidad rítmica. Y eso que no es por nada pero Shavasana me sale cada vez mejor, me pregunto por qué será.

Resulta que después de casi dos años (cada uno lleva su ritmo, no me miren así) me he dado cuenta de que no hace falta detallar cada paso como si la escritura fuera una legitimación universal. Y es que es simplemente eso. Paladear delirios de pesadilla corsaria como La Maldición de Poe o temblar con un recital que abre Eloy Fernández Porta y ese poema de clímax [suenan Death in Vegas, se erizan las venas: “Las cosas que sueñan las fieras del hielo/ los vagos recuerdos del clon y el robot”], descubrir que los insectos muertos pueden albergar una belleza que asusta; o soñar en el Festival Eñe que eres alguien del mundillo literario aunque a la voz le dé por temblar al acercarse a cualquiera de los escritores que se pasean por allí como si estuvieran en su casa.

Lo que vengo a decir es que no hace falta contarlo todo porque es tan redundante como empieza a ser este post, aparte de aburrido y cuantas etiquetas se le quieran añadir en mayor o menor grado de malicia. Y es que a veces es necesario recordarse que no todo es una lista interminable de eventos que consumir y reseñar cuando aún no han terminado de masticarse y menos de digerirse.

Y no es cuestión de que uno se atragante en la era de la sobreoferta y la sobreinformación (con el tema del conocimiento ya no me meto). La angustia existencial por los inventarios mejor la dejamos para otro siglo. O para el que cobre por ello. Yo ya me conformo con descubrir y sorprenderme de lo que otros crean y muestran al mundo. No olvidemos ese placer, porque es sencillamente único.

1 comentario:

Mobtomas dijo...

Uh, cuidado, todo en grandes cantidades llega a enfermar, incluso la cultura y el conocimiento. Interesante tu blog. Saludos y buen 2011.