lunes, 27 de diciembre de 2010

[Mès] mes [més]

Madrid queda en ornamentos, delitos y frío.

Los arqueros tártaros tienen el sueño de piedra y tensan los labios con asperezas de arena.

[Y sólo la he probado].

Tu mente huele a otoño y te mordía las clavículas y [no] romper un silencio así no tiene perdón. [No me dejes a solas con las tijeras] cruzará el Atlántico, algún día: Barco, a la deriva: a quién me recuerda.

Y la Musa, [co]n solo in(te)[r][ve-(n)]ciones.

[…]

No es. [¿y?]

[Más]caras y llantos de mandrágoras resecas.

 Anoche soñé que mi paladar se disolvía y recordé el gusto en la lengua del cristal y del azogue. Porque no soy [no quiero] reflejos ni cristales, sino ese pedazo del espejo del diablo que se te clava en el ojo y te hechiza para que cruces el hielo.

¿Y?

Algún día inventaré un idioma conformado de hilo rojo, de duermevelas y de epifanías.

[Ya no eres más que sombras.]

viernes, 24 de diciembre de 2010

Poco más que añadir VI

D.AGUSTÍN: (serio, como quien acude a un sepelio) - Parece mentira que todavía tengas ganas de cachondeo. Toda la vida cargando con el peso de otros. (Colocan el pesado baúl encima de la pila) y quién me lo va a tener en cuenta ahora que se ha acabado todo... Total, ¿para qué? Para acabar haciendo inventario de lo que nadie quiso, para acabar haciendo inventario de lo que dejó el tiempo. Toda la vida buscando....

 [...]


-Butacas desfondadas..., dos. Marco dorado..., uno. Veremos a ver cómo vamos a salir de todo esto. 

Perdonen la tristeza, Eusebio Calonge. 

lunes, 6 de diciembre de 2010

Con tacto (I): tersuras

Toque, toque, sin miedo.

Suave, ¿verdad? Piel de una sola pieza. Y qué me dice del acabado.

Ya se lo dije por teléfono: ofrecemos, frente a otros, calidad. Y una artesanía exclusiva. El precio se encarece, claro. Y más ahora, en estos tiempos. Pero créame, merece la pena. Pero tóquela: qué piel. No va a encontrar jamás nada tan suave como esto.

El gran problema, sabe, siempre ha sido la materia prima que es precisamente nuestro sello. No hay apenas proveedores y es muy difícil entrar en el mercado. La gente aún es reacia, está demasiado acostumbrada a lo inmediato, al aquí y ahora, lo sabrá mejor que yo. La crisis estimula, dicen. Cuesta que una idea como ésta tenga éxito. Pero créame, luego ven el resultado y se vuelven locas. Todas van a querer uno.

Imagino lo que va a decirme. Ya lo sé, el proceso es demasiado largo, pero no nos queda más remedio. Intentamos abreviarlo en la medida de lo posible, pero no da el mismo resultado que con los nueve meses estipulados.

Toque, toque. Me juego lo que sea a que no ha tenido nunca nada igual entre sus manos.

¿Qué le parece?

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ante todo mucha calma

Después de unos días en los que no he parado de consumir cultura como si no hubiera a haber un mañana tiendo a la angustia existencial barata: y es que me creo en la absurda obligación de reseñar absolutamente todo lo que he visto. Como si fuera a descubrir a alguien un mundo nuevo y luminoso, rodeados como estamos de flamantes mundos tan brillantes como efímeros.

Entonces me imagino una especie de mesa-artefacto como la que se adueñaba del espacio escénico en Las listas de Wallovits, y me imagino como el escritor que no escribe y que desgrana un interminable inventario de eventos, mientras me impulso en una silla de ruedas, o practico asanas, que es más saludable o eso dicen. Ridículo. El resultado, aunque su contenido fuera más o menos interesante y pudiera resultar en principio entretenido, evolucionaría, como sucede tristemente con la experiencia teatral del director argentino, hacia el exceso y la irregularidad rítmica. Y eso que no es por nada pero Shavasana me sale cada vez mejor, me pregunto por qué será.

Resulta que después de casi dos años (cada uno lleva su ritmo, no me miren así) me he dado cuenta de que no hace falta detallar cada paso como si la escritura fuera una legitimación universal. Y es que es simplemente eso. Paladear delirios de pesadilla corsaria como La Maldición de Poe o temblar con un recital que abre Eloy Fernández Porta y ese poema de clímax [suenan Death in Vegas, se erizan las venas: “Las cosas que sueñan las fieras del hielo/ los vagos recuerdos del clon y el robot”], descubrir que los insectos muertos pueden albergar una belleza que asusta; o soñar en el Festival Eñe que eres alguien del mundillo literario aunque a la voz le dé por temblar al acercarse a cualquiera de los escritores que se pasean por allí como si estuvieran en su casa.

Lo que vengo a decir es que no hace falta contarlo todo porque es tan redundante como empieza a ser este post, aparte de aburrido y cuantas etiquetas se le quieran añadir en mayor o menor grado de malicia. Y es que a veces es necesario recordarse que no todo es una lista interminable de eventos que consumir y reseñar cuando aún no han terminado de masticarse y menos de digerirse.

Y no es cuestión de que uno se atragante en la era de la sobreoferta y la sobreinformación (con el tema del conocimiento ya no me meto). La angustia existencial por los inventarios mejor la dejamos para otro siglo. O para el que cobre por ello. Yo ya me conformo con descubrir y sorprenderme de lo que otros crean y muestran al mundo. No olvidemos ese placer, porque es sencillamente único.

martes, 16 de noviembre de 2010

Ironías de papel

Publicada en El País, en la sección de Cartas al director, el 15 de febrero de 2010.

El título de la carta es invención del diario.

domingo, 14 de noviembre de 2010

No nos engañemos

La imagen [recurrente, preciosista] de esa joven leyendo plegada en el sillón a la luz gris de un mediodía de otoño [por citar un tiempo] que entra por el amplio ventanal asomado a la Gran Vía [por citar un espacio] de lo que hic et nunc es un hormiguero de escritores; y folletos aparatosos y tarjetones desperdigados por la mesa frente a un espresso de promoción servido en vasito de plástico y una silla vacía, puede constituir, y de hecho en un momento constituye [preciosista, recurrida] una de esas múltiples facetas bajo las que se muestra, o se esconde, la desolación.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Poco más que añadir V

"El o la joven poeta deberá tener en cuenta que en los recitales, tertulias o ponencias se hablará de cualquier otro tema excepto de poesía, puesto que no se ha dado el caso de ningún escritor o escritora que, sin riesgo extremo para su salud, fuera capaz de escuchar a otro durante más de diez minutos sin interponer su propia voz. Así pues, deberá obrar en consecuencia: él o ella buscarán la manera de eclipsar al que recita, que por otra parte, tampoco desplegará normalmente sus versos (que no ocuparían sino treinta escasos segundos de la paciencia del público poeta) sino una semblanza de los mismos y de las causas y consecuencias de esta obra en la sociedad que le rodea.

Ante esto, y antes de que el colapso empiece a anunciarse en el o la joven poeta con síntomas como temblor de manos, miradas nerviosas a uno y otro lado en busca de otros poetas que apoyen su concepción de la literatura cuando el ponente desgrana alguna incongruencia, bisbiseo incontrolado o tamborileo ininterrumpido sobre las hojas que el homenajeado habrá tenido a bien repartir, se recomienda una intervención rápida apoyada en el ambiente de libertad reinante.
No es relevante el contenido de la intervención puesto que el público estará más atento a sus futuras intervenciones que a lo que enuncie el o la joven poeta, pero temas socorridos vendrían a ser las llamadas “mafias poéticas” que impiden que cierta poesía (como la cultivada por el o la joven poeta) salga a la luz de neón de los bares literarios o (y esto se recomienda especialmente para las jóvenes poetas) el escaso, escasísimo número de mujeres poetas que han sido galardonadas con premios literarios (en torno a un vergonzoso 5 %), fallados, en su mayoría, por un sistema patriarcal que no es sino un signo más del machismo imperante en todos los aspectos de la sociedad y que en su paternalismo castra toda libre expresión de la feminidad [...]. Se recomienda a la joven poeta el consumo de Four Roses."

Novelas y noveles sin fecha de caducidad, Capítulo 7 (extracto): poesía y poetas. (Hostal Proust Ediciones, 2008).

sábado, 6 de noviembre de 2010

Song to say goodbye



0'5. Aquel verano de locos.

Le acariciaba la piel de una mejilla que había mordido la noche anterior como se muerde una fruta prohibida, tan poético, tan típico; le acariciaba la piel hollada por sus besos y sus risas, y ya era hora de irse y lo sabían como lo habían sabido siempre pero fue entonces cuando dejaron morir el caudal de las palabras, poco a poco; y fue entonces cuando ella se dio cuenta de cuánto  echaría de menos el mar y un otoño que aún no había llegado.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Ruidos (IV)

Te oigo reír al otro lado. Ríes, grave y sensual y alegre, y me pregunto si ya te habrá acariciado el cuello con las puntas de los dedos, suave, ese roce que provoca en las pieles delicadas (la mía también lo es, aunque parezca que no me cubra los huesos más que la lana del jersey) ese cosquilleo de placer y temblores.

También reías cuando me encontraste, una vez más, tú por aquí, jajá, que sorpresa, qué es de tu vida, qué bien te veo, qué buenos ratos qué buenos tiempos: qué ojos más grandes tienes, qué bien hablas, qué bien ríes y qué mal mientes, nunca he estado peor que ahora y ni siquiera cuando reías y ordenabas como ríen y disponen las reinas crueles; quizá mejore un poco si me quedo quieta y presa en la lana de las mantas sin escuchar ni ver.

Ríes con esa melodía tenue que precede al gemido, parece más risa que la contorsión del jajá del reencuentro, busco piso vivo sola qué casualidad qué haces qué pena no te preocupes yo trabajo qué sorpresa qué fantástico. Parece más risa que la mueca de disculpa no me di cuenta llegué tarde mañana sin falta qué buenos tiempos recuerda.

Ríes como no reirías o quizá sí, con la indolencia de tu belleza y de tu piel clara sin ronchas ni escamas ni lana que la cubra, si vieras las pastillas, las doce, y los párpados violáceos a los que no dirías qué bien te veo o quizá sí porque siempre fuiste osada.

Ríes y no sé si le dejarás osar. Yo lo hice, le dejé, reí en la oscuridad, antes de que sus dedos me rozaran las escamas, la piel tirante. Cierro los ojos, y pienso en la sangre, en la saliva, en la humedad de osadía. En las pastillas que no has visto. Aún. Desde niña, olvidé (poco a poco, risa a risa) como se curvan los labios hacia arriba.

jueves, 28 de octubre de 2010

Mordiscos de pastel: otoño

No sé por qué me acuerdo de todo esto si ni siquiera hay luna llena ni hay efemérides por medio, pero aquella noche volvía a la habitación B207 abrigada con una chaqueta sintética azul que me había prestado Georgi [empezaba a hacer frío y yo venía para un mes], las medias increíblemente intactas tras una caída provocada por las prisas cuando corría [no llego, no llego- crash- ¿te ayudo? -no no gracias -¡oh!] hacia la estación de Sihui, las rodillas [las había examinado más por no mirar a la pareja que no me había quitado ojo en el vagón casi vacío, ella emergiendo de cuando en cuando del jersey de él] teñidas de rubor de sangre, y el maquillaje [la espiral que me permitía dibujarme en la sien de vez en cuando aquel interrogante, femme fatale nº41, qué gracia] sin mácula en la máscara que no lo era tanto.

Pero entonces miré a la luna llena y no vi a los protagonistas de la leyenda tan antigua que había leído glosada de niña y que había oído contar ahora, muchos años después, sino que vi [me llaman Octubre] las horas que me restaban hasta el Airbus 507 repartidas en manchas como de llanto, y vi acabarse uno a uno los pedazos de pastel de luna: frutas, nueces, coco, sésamo y nuestras caras, las de Georgi y Koji y los demás, más satisfechas que la del gato que rondaba por un piso que podría haber sido el de cualquiera de los dos europeos que esa noche pinzábamos con palillos a Vivienne de Westwood, a Hong Lou Meng/ El Sueño del Pabellón Rojo, a Ai Wei Wei o a Starck o a las estanterías de IKEA, a Cervantes o a Murakami [ambos, todos] o a Kerouac: era un niño de papá, pensé mirando a la luna echando en falta una Instamatic como la que me había guiñado esa noche dos veces el ojo, pero siempre me acordaré de su última noche en Frisco; y entonces no sé por qué pero me entraron ganas de reír, reír porque era Medio Otoño, era la fiesta de los amigos, de los amantes, de los deseos; y es una suerte [ya no recuerdo si lloraba o reía], porque el pastel de luna, como no es sagrado, se puede compartir durante todo el año.

sábado, 23 de octubre de 2010

Ruidos (III)

No sé por qué maúlla. Si aún no han pasado quince días.
Leí en algún sitio que los gatos se pueden racionar la comida durante quince días.
Comida tiene. Pero maúlla como si guardara ahí dentro hambre para un continente. O como si se hubiera pillado la cola con una silla y esta hubiera cobrado vida y le estuviera persiguiendo a mala leche para machacársela. Es raro.
Le imagino caminando penosamente a un lado y otro del piso con una silla martirizándole la cola. No sé por qué se me ocurren esas cosas tan raras pero no puedo dormir.
Ella me dijo que se iba a pasar el verano en la playa. Que estuviera atento al gato, no fuera a ser que se escapara. Que le había dejado comida. Pues vale, le dije. No quiero problemas.
Yo aquella noche sólo subí para apagar la radio. El gato habrá estado jugando, pensé mientras abría la puerta. Olía a cerrado, a muebles viejos, la luz estaba cortada y la radio seguía sonando.
Algo se me cruzó y me caí al suelo. Oí al gato trajinando, maullaba bajito, cerca. Ahí tirado en la alfombra palpé algo que no me pareció un mueble, pero no me atreví a volver a tocarlo. Llamé pero no respondió nadie. A la vuelta mi mano notó lo que sí me pareció un zapato de plástico. Me incorporé a tientas al ritmo idiota de una canción veraniega que no recuerdo.
Di al fin con la radio. Le quité las pilas a tientas, por si acaso. Esquivé al gato, que maulló un poco, di cuatro vueltas de llave, bajé en silencio con la canción en la cabeza. No quiero problemas, no he vuelto a subir.
No sé, no sé. En quince días. Estará bien. Si será por comida.

sábado, 16 de octubre de 2010

Nostos

Ulises, entretenido durante largos años en la ardua tarea de conocerse a sí mismo y engendrar hijos con bellas ninfas, regresó a la isla yerma donde, de haberse quedado, habría muerto de aburrimiento. Era un hombre de acción aunque ya peinara canas; era un héroe resistente a tempestades, y los cantos de sirenas le ofrecían algo no mucho mejor que lo que ya estaba viviendo en su nave rumbo a ninguna parte.

Ulises había regresado a su isla , pero en el palacio en ruinas sólo quedaban perros famélicos y bultos de mendigos.

Dicen que se construyó un barco con la madera de un olivo entero. Que ella misma, noche tras noche, tejió las velas, le dijo la anciana sin levantar la vista de sus rodillas.

El recién llegado, superviviente de tormentas y batallas, el hombre de los mil recursos, se cubrió con las manos, en silencio, el rostro de arrugas y manchas. Pero como en un mal sueño, seguía viendo aquella ausencia de tálamo, y junto a ella, el telar derrotado.



*Publicado en la primera versión del blog el 14 de mayo 2009 ( posteriormente eliminada) y recuperado y leído el 16 de marzo de 2010 junto a poemas de J.J. Martínez Palacín, Aitor Z., Ernesto Filardi y Francisco José Martínez Morán bajo la atenta mirada de una profesora de mitología grecolatina que sonrió después.

domingo, 10 de octubre de 2010

Después de tantos años

  (Dos ancianos con aspecto de mendigos conversan, sentados a una mesa como de refectorio o de comedor social apolillado, envueltos en capas de lana. Casi puede olerse el invierno, vino pobre y humo frío. De vez en cuando se frotan las rodillas, como echando en falta una muchacha sobre ellas).
T.: -Y tampoco han ido mal las cosas.
J. : -Como que te lo pusieron fácil. Si siempre te han salvado el culo, T, coño.
T. -Habló el héroe solitario. Además, no te creas (sirve más vino en la copa de J., que bebe. Pausa.). La idea de la chiquita aquella fue la leche, no te lo discuto. A mí no se me habría ocurrido.
J.-Si te hubieras pasado media vida bordando tu ajuar como ella.
T.- No me mires así. Se empeñó ella y luego me lo dejó a huevo. Además, ahora tampoco puede quejarse. Casi le va mejor que a mí, ¿o no?
J.-No, si yo no digo nada.
T.-Como para que abras tú la boca. 
J.-Y lo de tu padre. 
T.- Eh, que yo iba a hablar con él. Solito se vino abajo. 
J.-Pues eso. Que al final no sé cómo, pero siempre alguien te salva el culo. (Pausa.) Aunque la última vez sólo pudieran salvarte medio. 
(Risa seca, bronca, desesperada) 
T.-Eres un hijo de puta.  
J.-Sólo medio... (sigue riéndose)
T.-Viejo imbécil.
(T. sale. J. apura el vaso, sus risas broncas se van confundiendo con toses. Oscuro). 

miércoles, 6 de octubre de 2010

lunes, 4 de octubre de 2010

Inspiración (III): consulta online

4:51

De: doxa.grey@gmail.com
Para: dudas@hostalproust.es
Asunto: Blog

Hola,

Soy una alumna del taller Tardes lluviosas: el blog introspectivo, y dado que no he podido asistir a la primera clase, me han surgido algunas dudas con respecto a la creación del blog personal que se propone como proyecto. Ya he creado el dominio y lo estoy diseñando, pero no sé muy bien si acompañarlo de fotografías y música resultaría excesivo para el tipo de literatura que voy a ofrecer allí. Asimismo, me gustaría saber qué colores y qué tipo de letra son los más apropiados. Muchas gracias,
Doxa Grey.
P.D.: El enlace es: http://lluviaeneldesvan.blogspot.com/


9:25
De: Sara Hostal Proust para usuario.
Asunto: Re: Blog

Estimada Doxa Grey.,

Respecto a tu consulta, me parece muy interesante, puesto que se trata de algo muy personal y estamos encantados de atenderte.
Antes que nada decirte que el título que has elegido es muy evocador: te felicito por ello. En cuanto a los colores, un negro de fondo ayuda a destacar el texto además de darle un aire más melancólico, más introspectivo. Las fotografías en blanco y negro, o en tonos sepia, son una buena opción. Podrías incluir, si tienes experiencias como modelo, algún retrato tuyo; aunque también algo de Robert Doisneau o de Henri Cartier-Bresson quedaría perfecto para lo que quieres transmitir.

La música de ambiente le da un tono agradable a la lectura y ayuda al lector a identificarse con el que escribe. Escoge una canción que no te importe repetir una y otra vez. La decisión es algo muy personal, pero Yann Tiersen o el jazz suave son buenas opciones.

Puedes consultar el capítulo dedicado a los blogs en nuestro manual Novelas y noveles sin fecha de caducidad (Hostal Proust Ediciones, 2008),  del que muy pronto presentaremos su segunda edición. Para otras dudas puntuales, puedes usar el correo electrónico o la consulta telefónica (de 9:00 a 21:00) y estaremos encantados de atenderte.  Saludos,
Sara B.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Cómo.

Cae la noche como un grito. Sábado. Sabes qué, lleva retraso... ¿Vas a volver? ¿Queréis apostar? La última. Llueve. De profundis en la terminal. Eh, eh, chica, despierta, tu vuelo...¿entiendes? Lágrimas que enturbian el palacio, amarillo, azul, cristal, de Norman Foster. Vacío.

Seis horas como la diferencia de luz con el otro extremo.

Doce más, sueños turbios, [Kid A, Kid A].


Dos bolsas de mano, una taza metálica, un ordenador portátil, unas gafas, un cuerpo, se precipitan por las escaleras.

Madrid, tan acogedora.

Se intuyen rasguños, se quedan en nada. Bienvenida.

No es sólo escribir bonito

Tan revolucionarios, tan ególatras los artistas de lo que llaman Occidente, cuando salieron del estudio, de la perspectiva quieta y de la soledad del creador caduco, no se dieron cuenta de que ellos [los otros], el Oriente que dibujaron a tinta y flores delicadas ya estaban allí. Ya habían estado allí.

Aquella tarde en el pabellón de las Orquídeas, ya había alguien que compartía con su público el momento [tan poético, tan típico] en el que surge ese algo que fluye, tinta o palabra o gestos, y derramó tinta en una de las más preciadas muestras de abstracción. Ese camino de dudas y tiempos sin pausa posible, con borrones y detenimientos, cientos de años muchas millas hacia el este, invita a jugar. Invita a combinar la tinta, las palabras, las miradas cómplices o inquisitivas del que, al otro lado, nos mira. Ya que al fin hemos conseguido llegar, por otros medios, por otros caminos, hasta una encrucijada, por qué no. A ver a dónde nos conduce todo esto.


(16 de septiembre).

domingo, 12 de septiembre de 2010

Los resquicios de la Muralla

Parece, en su enormidad, un reptil en calma que en cualquier momento pueda alzarse, lento, amenazante, cebado de huesos y piedras no tan antiguas como nos quieren hacer creer. La llegada a Jinshanling es una travesía por colinas verdes de escenario de comedia bucólica. Pero a pasar de los esfuerzos por hacerla un paseo que se traducen en sombreros cónicos, fruta desecada, baratijas y lemas (yo escalé la Gran Muralla, frases de políticos, creer que eres un héroe) las piedras, aun romas, doblegan la espalda y ensucian las manos.

Hay muchos tramos que salvar. Al más escarpado no se llega en coche ni se accede con una postal que cuesta cincuenta yuanes (el valor de pisotear los monumentos disponibles). El tramo amurallado que acalla los veintiún años de una historia que no figura en la Historia y que tacha y borra las palabras en cualquier idioma está sin embargo lleno de resquicios.

Es el primer paso, después de la ayuda de dos buenas amigas, una allí, otra aquí.

Es lo poco contra lo que hoy podemos rebelarnos de verdad.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La canción amortiguada

El equivalente práctico a la red social de hace diez días es ahora un listado de teléfonos que empiezan por 1, que aún nadie ha terminado de aprenderse y que parecen todos el mismo.


Los No Name Trio afinan entre libros. Alguien pide tres botellas de Tsingtao. Estamos aquí, perdidos, por voluntad propia, [decimos todos bien alto a quien quiera oírnos, leernos, escuchar el mantra del que se va por un tiempo], hasta que suena Caravan. Anagnórisis, de nuevo, subirse a la cadencia del acordeón, y al terminar la canción hay algo distinto en las sonrisas.

Nunca termina de hacerse de noche.


A veces, también, todo es como una de esas tiendas idénticas que venden idénticos trofeos para turistas, en rojo y dorado que debería ser gris, como el edredón de smog que va asfixiando la ciudad a medida que avanza el otoño y que terminará cubriendo Beijing de plumas heladas una vez el gobierno decida que hay que disparar al cielo.


De momento, desde el Quemador de Incienso, sólo se ve una niebla espesa, la Nada de Fantasia, que no deja ver más allá de lo inmediato.


El resto son sólo preguntas. Y quién sabe, quizá ese humo las transforme en algo distinto, allá al otro lado.

martes, 31 de agosto de 2010

B207 y la anagnórisis de sombras


Otra vez aquí. Los caracteres [el que forma la palabra esperanza también significa raro, escaso], el Mc Donald's junto al hutong flanqueado de puestos callejeros, la habitación B207 que parecía resquebrajarse anoche cuando comenzó a llover. Las intuiciones.



La ciudad entera son sombras difusas con una intercomunicación más ficticia que el aquí censurado Facebook, Youtube, Blogspot, Wordpress, párrafos enteros de Historia recortada del año en que nací y de los que sólo quedan conjuntos elididos.


De tanto en tanto el foco de curiosidad del laowai ilumina una parte, sólo una pequeña parte [volver al lago Houhai - las luces de neón, las ondas del lago, el nudo en la garganta-, callejear por hutongs cercanos, por los rascacielos de Sanlitun, por las estrellas entre las baldas de The Bookworm] mientras el resto se mueve en las sombras, sin esperar a nada, creciente, latente, un gigantesco y laborioso insecto de carga que soporta veintidós millones de almas acodadas en los escombros de lo que puede ser.


Nunca sabremos dónde termina la sangre y comienza la lejía, leo recostada [sumergida] en un cojín junto a la ventana del segundo piso que es en realidad el primero de una biblioteca donde me he topado con la Creta de Fernández Mallo, con Quimeras, con otro pedazo de las cenizas que hace tanto se esparcieron.


Houhai se guardó en silencio mis lágrimas de nostos, de café soluble, de búsqueda constante. Y quizá otros vean mofa en la sonrisa, pero yo veo bienvenida.


He vuelto.



martes, 24 de agosto de 2010

Yo no pedí ser tan torpe, señor Steichen o Al menos la maleta cierra bien.

Redundo disculpas:

Lo siento, pero las cámaras y yo nunca nos hemos llevado bien. Pasaría por lo contrario, a juzgar por lo mucho que me gusta hacer la Kiki de Montparnasse, pero me exhibo de forma masoquista porque no salgo bien en las fotos. Eso sí, por intentarlo que no quede. Pasarán años y seguiré sin rendirme.

Mi relación con la fotografía se puede resumir en bastantes años de muda espectadora, al principio impuesto y después ya no tanto (y me importa bastante poco eso de la esclavitud es mala pero peor etcétera etcétera). además de un par de experiencias como modelo para valientes incautos con réflex y paciencia bíblica.

Y eso se puede resumir aún más diciendo que no tengo ni puta idea de disparar la cámara digital compacta que me regalaron para que marcara con un yo estuve allí invisible todos los sitios que pisare, hollare o profanare. Me da una vergüenza horrible que algún turista sonriente me pida que le saque una foto delante de algún monumento: el pobre no podrá mostrarle jamás a su familia que él estuvo ante, pongamos, la fachada de la Universidad de Alcalá (y ellos no) porque lo que aparece en la fotografía es un aborto híbrido de alguien con bermudas ante algo que no parece ni remotamente un edificio.

El caso es que mañana me largo a otro continente (en fin, es sólo un mes, que nadie se alegre demasiado) en el que escribir y seudopublicar en mi idioma me va a ser bastante difícil, y más teniendo en cuenta que la velocidad de la conexión deja bastante que desear. Con la censura de redes sociales, blogs y buscadores varios debería ir (qué ironía más mala) más ligera de carga, pero como resulta ser al contrario tiraré de ciertos amigos de reputadas paciencias para torturarles con mails que mantengan un poco el tinglado. Lo dicho, disculpas de antemano por el desaguisado. Sólo espero que el destino haga el resto: hay cosas de China que sólo pueden describirse parpadeando con cara de laowai caída del guindo. Bendita cámara digital compacta: prometo que allí he visto Cola-Cao de naranja. Por ejemplo.

lunes, 23 de agosto de 2010

Amanecer (es) tan idos.

Uno. Rueda de autobús sin antifaz, 7:35 Sants término 7:52; ver desperezarse desde la terraza las agujas de la ciudad. Arena, olas, proyectos, La vida es sueño y hay tanto por aprender y a todos nos falta algo pero muy pocos lo intuyen y saben a sal los labios y se aventuran por la piel gotas dulces de fruta demasiado tentadora para estar prohibida. Por qué, no sé, tenía ganas, apetecía, qué sé yo, qué más da... Bienvenida a Razzmatazz. [I have never [...] como en la canción de The XX].Volver con la grey. D

os [sua], hic et nunc. Soñar con las últimas cerezas del verano. Guía de la ciudad efímera como una improvisación o una performance: no hay fotografías, no hay vídeos, miradas Dogma 95, agua, calor, espiar entre maderas, limón straciatella, letras imposibles. Un muro argamasado con manos de dioses antiguos. Asomarse a un Epidauro. Buscar el noveno estrato de algo que puede ser Troya.

(Creo que voy a empezar a romperme).

Tres, cierra los ojos otra vez. ¿Bienvenida a Barcelona? (ya no cuela, ¿no?), graniza café. Quimeras en los pasillos blancos del MACBA que se asoman a la plaza llena de sol, de verano, de Kafka y de mensajes. Aquí, ahora mismo. Media hora de esdrújulas. En serio. ¿Adiós? Ni se te ocurra. Hasta Teardrop y los callejones felinos.



Otoño llega con prisa.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Ginebra

Lanzarote cruzó el puente de la Espada y se dio cuenta de que no era para tanto. Después de echarse yodo en los rasguños, pudo ver que de tanto soñar con Ginebra había gastado su rostro y ahora la belleza no estaba ni en el barniz de su cuello ni en la sombra de sus ojos; Ginebra se diluía en líquido turbio de sus noches a solas y Lanzarote le arrojó a la cara uno de esos manojos de pelos que la muy guarra siempre dejaba prendidos en el cepillo. Ella frunció el ceño y le gritó, pero a él ya no le importaba. Se largó, sin caballo, solo y olvidado, a lo lejos aún se oían sus gritos de borracha y a él, a Lanzarote, seguía manándole poco a poco la sangre de las heridas.



*Publicado en la primera versión del blog en 2009 (que fue posteriormente eliminada) y recuperado y leído el pasado 16 de marzo junto a poemas de J.J. Martínez Palacín, Aitor Z., Ernesto Filardi y Francisco José Martínez Morán. Intrusismo de prosistas, que dicen por ahí.

domingo, 15 de agosto de 2010

Ya ha pasado casi un mes desde que envié mi personal valoración crítica de las conferencias de aquel curso de verano sobre literatura.

Aún no he recibido respuesta de ningún tipo.

No sé si quiero empezar cuarto. (Aun así, fue divertido).

sábado, 14 de agosto de 2010

Esto están un suizo, un americano, un albanés y un epañol hablando inglés en un bar coreano y...

-¿Seguimos con los chistes?

-Yo sé un chiste albanés.

-Venga, Besjian, cuenta.

-Pues esto es una familia albanesa que emigra a Grecia y mete al niño en un colegio griego, claro. Y el primer día la profesora le dice: bueno, Beni, que es un nombre albanés típico, vale, bueno pues a partir de ahora como estás en Grecia tendrás un nombre griego como todos, ¿vale? Y el niño, vale. Te vas a llamar Kosta, le dice la profesora, que es un nombre típico griego y el niño, vale. Y cuando vuelve a casa le dice su madre hola Beni, qué tal el colegio, y el niño ni caso, y la madre, Beni a cenar, Beni a dormir y el niño, claro, ni caso. Y al día siguiente el niño entra en clase llorando y hecho un cromo. La profesora le pregunta “pero Kosta, ¿qué te ha pasado?” y el niño responde “los albaneses, que me han pegado”.

-...

-Joder.

-....

-Joder.


lunes, 9 de agosto de 2010

Rasgar mil parpadeos

Serían como las diez de la noche pero no se veía un alma, y vagué por el recinto cerrado del campus sintiéndome el único ser vivo, fuera la ciudad no duerme y en Sanlitun y Nanluoguxiang corren la cerveza y los cócteles dulzones pero aquí no hay nadie, ni siquiera hay luces, recuerdo que miré al cielo pero no vi ni una estrella, sólo ese casco espeso y gris que convertía el sol en un círculo que se podía mirar sin guiñar los ojos y que continuaba en la noche, oscuro, denso.

Un cuarto de hora antes, más o menos, aunque anochecía tan pronto que perdía la noción del tiempo, me había asomado a una caseta iluminada por el resplandor de mil pantallas pequeñas que despiezaban el campus en mil escenas simultáneas. Me había quedado allí un rato, atisbando por la ventana, y lamenté no haber traído la cámara, fotografiar a otros, o fotografiar espacios vacíos, qué más daba. Me pregunté si no habría en otra parte otra caseta exactamente igual, a cuya ventana alguien me estaría espiando.

Volví despacio, velan por mi seguridad, bordeé sin hacer ruido los jardines entre los que, escondidas (a las doce cierran los dormitorios de las chicas con cadenas y les apagan las luces) se ven parejas que se abrazan casi como si se sostuvieran, susurrándose.

Aún no me acordaba de Fahrenheit 451 ni de 1984 ni de otras distopías, pero no faltaba mucho para que lo hiciera.

jueves, 5 de agosto de 2010

Poco más que añadir II

“Lo mejor de escribir no es sólo la tarea en sí de colocar palabra tras palabra, ladrillo sobre ladrillo, sino los preliminares, los trabajos preparatorios, que se hacen en silencio, en cualquier circunstancia, en sueños igual que en vela.”


Henry Miller, Sexus.

No future

Dicen que es el futuro. Era automático, como si estudiar cualquier lengua necesitase una justificación, como si intentar comprender la estructura de pensamiento de otro necesitara una excusa tal como que el otro iba a beneficiarnos después.

China igual a futuro era una convención y un dogma que podía ser cierto o irse al carajo como un Hindemburg pero a mí, realmente, me daba exactamente igual. Llevaba demasiados años con declinaciones y usos del verbo sum como para que alguien me viniera a hablar de lenguas vivas o niños muertos con los ojos como símbolos del dólar.

Y es que nadie de todos los que rimaban China y futuro estaba en mi cabeza cuando empecé a repetir una y otra vez, en la biblioteca o en mi cuarto o en algún que otro garito los trazos ordenados de los caracteres, lluvia, luna, sol, amigo, tú, yo, etcétera, hasta que fuese capaz de combinarlos. Llenaba páginas y páginas, márgenes de apuntes, o me emborronaba las manos o manchaba servilletas de descarado presente. La peor tinta es mejor que la mala memoria, recuerdo que leí una vez, y yo tenía que grabarme como fuera al menos cinco mil más para acariciar la superficie de ese poliedro imposible.

lunes, 2 de agosto de 2010

Sobre las referencias literarias (Inspiración III)

Toda obra literaria apreciada por la crítica de un autor semidesconocido, (especialmente, de narrativa; especialmente de novela), y mucho más si está muerto o si le rodea un aura de malditismo ya por las circunstancias de su muerte o por las de su vida o las de las personas que le rodearon, es susceptible de ser adoptado como referente. [...]Por tanto, el novel habrá de conocerle e idolatrarle, pero no sólo en el momento de la apreciación de la crítica sino antes, mucho antes, cuando dicho autor era casi un desconocido despreciado. La expresión casi desconocido deberá aparecer en las conversaciones sobre literatura al menos cuatro veces cuando dicho autor salga a relucir*, y el novel se autoafirmará como defensor acérrimo de éste.”


*menospreciado, infravalorado, incluso minusvalorado, son adjetivos a tener en cuenta.



Novelas (y noveles) sin fecha de caducidad: Capítulo 6: Si no puedes con el mainstream únete a él, Hostal Proust Ediciones, 2008.



domingo, 1 de agosto de 2010

Ruidos (II)

Mi hermanito sigue llorando.

Yo sólo quería que callara. Sólo que callara. Llora y llora y mamá dice que yo era igual a su edad pero yo no podía ser así tan pequeña y tan rosa y tan fea y llorando y llorando sin parar y la boca manchada de leche, qué asco, yo no podía eructar así ni chillar así ni oler así y yo sólo quería que se callara de una vez como cuando lo trajeron tan pequeñito y tan dulce dormidito y papá y mamá están en el cine y la vecina en el salón no para de reírse y no le oye pero yo sí y sigue llorando y huele mal y siempre fue así desde que llegó tan rosadito y tan dormidito.

Y yo sólo quería que callara. Por eso machaqué las pastillas de mamá y las metí toditas en el bote de la leche en polvo y vi cómo se la tragaba toda, cómo bajaba por el biberón hasta su boca rosa y manchada de leche y cómo eructaba después, pero tengo miedo, tengo miedo de que vuelvan y no les guste verle dormidito y callado al fin y por eso le agito el pie o la mano o la cara cada poco, no te duermas no te calles sigue llorando. Mi hermanito sigue llorando.

viernes, 30 de julio de 2010

Revolver tintas

Ciudades europeas como Roma o Lisboa o qué sé yo, Praga, tan de moda, en el imaginario insolente de quien no ha viajado, aparecían como monumentos caducos, tan representados en televisión, en revistas y en novelas sobre las revoluciones que casi podía decir que los había visitado ad nauseam. Incluso Tokio, por donde había deseado vagar con una peluca rosa y cara de aburrimiento, parecía un decorado hasta los topes de turistas a la busca y captura de gadgets y bragas usadas.

Sin embargo, Beijing, y después, el 798, era para mí un paraíso arrebatado antes de tiempo: aquel complejo fabril remozado y convertido en dédalo de galerías era el único lugar donde hubiera podido darse una revolución de verdad, el único sitio donde hay algo verdaderamente peligroso a lo que enfrentarse, algo a lo que decirle estamos aquí, cojones, somos artistas y tú puedes disparar al cielo para que el día de tu desfile amanezca despejado pero nosotros preferimos actuar bajo este gris de humo y niebla y te vas a joder, porque te van a ver mate y sucio. Tal y como eres, camarada. Tal y como somos.

Y vivir allí hasta el punto de tener que comprar perchas, fregona y un aparato para alejar a los mosquitos monstruosos no sé si fue bueno o malo: porque desde que volví (y lo enunciaba así a quien quisiera escucharme, desde que he vuelto, desde que volví, como si hubiera estado no un mes sino veinte años) no pasaba un día que no recordase el Beijing que conocí, el medieval, el milenario, el comunista y el de otro planeta, el de las luces de neón y los hoteles de lujo con terraza al infinito y las copas hasta el amanecer y los parques en otoño que no era otoño sino simulacro de primavera, más simulacro que las cinco semanas que pasé allí haciendo como que vivía, como que venía para más tiempo [...]

miércoles, 28 de julio de 2010

Bifurcatio

Quiso saber dónde había estado todo ese tiempo.

En un laberinto, le dije.

No me creyó.

Por eso le mostré entonces la noble cabeza de Asterión. Le mostré las flores de crisantemo y las paredes de marfil, el tomo onceno de la enciclopedia de Tlön y la máscara de oro y las huellas del pórfido rojo en mi piel. Le mostré los reflejos cambiantes, enlacé mi aliento con el de una bestia e hice cada pausa un enigma infinito.

Y vi, en el transcurso de segundos que dilataban en horas, cómo palidecía lentamente, cómo la sangre abandonaba hasta sus labios y cómo sus ojos reflejaban, asustados, inciertos, el universo inacabable de los míos. Creo, incluso, que le oí gritar.

Se fue mascullando, solo, no sé qué de descansar y de aire fresco. Supe entonces que le había convencido, pero no pude alegrarme.

Ahora me pregunto si sabrá salir.


lunes, 26 de julio de 2010

Leila y los Ruidos

Así imagina Leila Amat Ruidos I.

Más de sus disparos imposibles aquí y aquí.

Sí, yo también me pregunto where is my mind? o Tres noches de luces de neón

(Crónica a frases cortitas descriptivas, con mucho infinitivo/imperativo y retazos -bonita palabra- de canciones, que es lo que se lleva ahora):

Llegar a las dos y pico justo para ver a L.A., Evening love (I don't wanna leave this room anymore). La playa, de noche, sin bañador ni toalla ni crema del cincuenta. Quién quiere cenar cuando se ha evaporado ya una botella de rosado y dentro de diez minutos tocan Raveonettes. Algunas plantas experience, Heart of stone (rozar el cielo, de paso). Bailar con Los Coronas, sola, tumbarse a mirar estrellas en medio del concierto de los Leadings. Cazar una visera de los Dirty Surf (tocan con máscaras de lucha libre, hacen estallar un monitor de cartón en confeti), corearle la letra al émulo de Ian Curtis que lidera los Dirty Socks, coronar las escaleras de la plaza, directo, a segunda fila. Luces de neón, (joder, qué elegancia), alta fidelidad (todo esto es por culpa de la gente). Y si nuestro mundo acaba es porque tenía ese final. Y entonces llegan ellos. Luces. Blanco. Placebo: arrived. Chicos y chicas, pendehos y pendehas y entonces nos volvemos todos locos o en realidad siempre lo estuvimos y nunca nos dimos cuenta. Y saltos, saltos hasta alcanzar el maldito cielo. Y quedarse allí. Allí, allí, y 1990's y The Chemistry Set y... joder, I don't wanna leave this room anymore. Asómate a la ventana (más que nada, porque no hay balcón), qué bien te queda, Solange. Amargor. Abro los ojos. Madrid. With your feet in the air and your head on the ground.

A lo mejor, lo soñé todo.

martes, 20 de julio de 2010

Ruidos (I)


Ya están otra vez. Los golpes y los quejidos del somier atraviesan las paredes aunque se interponga el colchón de música y los gemidos ahogados se cuelan como las notas falsas de una guitarra. Le tengo dicho que se cambie al látex, pero nunca me hace caso y ahí sigue, con los muelles viejos, manchado y roto, aguantando lo que le caiga.
Siempre igual, desde que nos independizamos, juntos como cuando éramos niños y jugábamos a cazar lagartijas o gatos callejeros. Él asestaba el golpe y yo recogía los cuerpos. Él ensucia y yo recojo. Y ahora, no sé cómo se las apaña pero siempre termino fregando los platos y agachándome a por las pelusas.
Grita. Ella grita. Intervalos cortos, como vagidos de animal acorralado. A él le gusta que griten un poco, al final. Nunca he conseguido entender por qué, pero sólo las deja gritar al final y todas lo acaban haciendo y eso sí no hay música que lo amortigüe.
Nunca las veo entrar. Sólo me deja después, cuando entra al baño a lavarse primero las manos y a darse una ducha que me deja sin agua caliente para las siguientes dos horas. Es preciosa. Eres preciosa, le digo cuando entro. Hay que reconocer que tiene buen gusto, el cabrón, aunque haya que ser como él para conseguirlas. O ser amigo de alguien como él. No me importa fregar los platos si después puedo recoger cuerpos como éste. Es preciosa hasta con la mordaza en la garganta. Él me conoce y sabe que no me gusta tanto que griten, ni al principio ni al final. A mí me gusta que se quede así, quieta, mirando cómo me desabrocho el cinturón, cómo me bajo la cremallera y empiezo a masturbarme ante sus ojos de miedo y rímel corrido.
Me gusta que los cierre como una presa malherida por un cepo.


lunes, 19 de julio de 2010

Exhalación

-Bueno, no me has dicho qué te parece.

-¿Con sinceridad?

-Toda la que no te dejan.

-Pues una puta mierda. Incoherente. Inverosímil. Manda el pacto de ficción a donde yo te diga. A los personajes se les ve venir desde la primera frase. El argumento lo he visto cien veces y leído otras cien. La trama no se sostiene y las situaciones son ridículas o dan pena, o todo a la vez, no sé.

-Ya. Qué quieres.

-Bueno, venga, que me disperso. Vamos a comentar el texto y ya dejamos la vida para otro rato.

miércoles, 14 de julio de 2010

Poco más que añadir I

“Todos tenemos un momento, nuestro momento, ese momento en que la flor se abre y todo cobra sentido, y después se va, y ya está, es como una chispa, lo pillaste, lo cogiste al vuelo, o no, ésa era tu elección, y luego ya no te queda más que esperar a morirte, como una imbécil

Blanca Riestra, La noche sucks.

lunes, 12 de julio de 2010

Los cursos de verano y los actos subversivos

A lo mejor soy yo, que cada vez me vuelvo más quisquillosa. O si simplemente exijo demasiado, aunque por otra parte es lo que toca con la insolencia de los veintiún años. Pero no me gusta que me tomen el pelo. Y me parece que, tres años después, el nivel de cierto curso de verano de literatura ha ido bajando paulatinamente hasta el de club de lectura de señoras, con sus pastitas de té y sus cinco clases de azúcar.

Que conste que no tengo nada en contra de los clubes de lectoras y lectores, más que nada porque soy una adicta al café en buena compañía y un abanico de autores mientras se intercalan fragmentos de vida que en la ficción resulta más fácil afrontar. Pero no pago como he pagado por un ciclo de conferencias presuntamente impartido por presuntos expertos en literatura, supuestamente concebido para profundizar en la materia para los cuatro que nos interesamos y que, de paso, nos enfrentamos como pavos reales (Nocilla sí, Nocilla no) en la cafetería: he apuntado más nombres en esos ratos de descanso que durante las ponencias.

Y repito que no sé si soy yo que me estoy volviendo una repelente o si siempre lo he sido y últimamente lo estoy demostrando más que de costumbre. Pero ya resulta sospechoso que en un curso sobre literatura contemporánea se vuelva a los mismos de siempre como si no hubiera otros, como si no hubiera más, como si después de Machado, Miguel Hernández y Salinas se hubiera acabado la literatura.

No voy a hablar del resto de los ponentes, porque son conocidos y a muchos les hará gracia que uno de ellos se sobara con la boca abierta en la tarima mientras su mejor amigo hablaba (bastante bien, por cierto; de los mejores, por cierto) de Lezama Lima y los fragmentos más calientes de Paradiso.

Tampoco voy a extenderme en la mención de una conferencia que consistió en el comentario de una lista de las novedades de Anagrama, Alfaguara y Seix Barral, de la que se procedió a tachar los best-seller cursis y los papeluchos sin interés y a subrayar las novelas que molan. Que la conferencia versara sobre última narrativa supuso el único momento en que a alguien le importaron un carajo los títulos.

El caso es que, como prefiero la soberbia a la complacencia, terminé saliendo de la sala. Y no fui la única.

No voy a decir ahora por qué. Más que nada, porque uno de los organizadores del curso nos pidió que redactásemos una crítica personal y sincera de cada conferencia. Algo me dice que me voy a divertir. Que a fin de cuentas, de eso se trata. Juguemos a que nos ardan las yemas de los dedos, que estamos en la edad y pocas veces se nos nota por ese empeño inútil de ascender al Parnaso de esos académicos que creen que ahora no hay literatura.

miércoles, 7 de julio de 2010

Juegos de niños


Seguramente no recuerdes todas las veces que bajaste al parque a jugar cuando eras un crío y los dias eran una línea continua de la que no te dejaban salirte ni cuando coloreabas. Pero a lo mejor recuerdas aquella noche de verano que nadaste desnudo en la piscina. O aquel día que casi te dejas media boca en el tobogán. O seguramente te recuerdes apretando los dientes en un estoico esfuerzo por aguantar el dolor ante la sangre chillona de la grava y el cemento.
Somos en gran medida lo que leímos de niños, y con esas lecturas, funcionamos más o menos así. Empecé a leer por imitatio y por acicate; y no soy capaz de recordar todos los libros, más o menos edulcorados, que serían mi base y que hoy son una parte de mi memoria.
Uno va creciendo, a veces incluso madura. Y cuando hablas con la gente, sobre todo si salen a relucir tus aficiones (“yo es que de pequeño leía mucho, pero.”), te das cuenta cuántos no pasaron de aquel parque.
Juegas. Lees. Tranquilo, feliz, despreocupado. Crees que las cosas seguirán así siempre, poco a poco y sin que te percates del todo, vas dejando de ir al parque. Pero estarán siempre aquellos días de goce, de miedo, de fascinación con algo o con alguien, de sorpresa, de enfado ciego y rabioso, de pena honda y de algo que más tarde llamarás melancolía. Y con cicatrices viejas en las rodillas y con una especial habilidad para poner las manos como escudo al perder el equilibrio, te vas; y no lo sabes aún pero si algún día vuelves, todo será irremediablemente más pequeño.
Y palpitan las lecturas como permanecen cálidos y vivos el día de la gran pelea o el día que coronaste el castillo de cuerdas al que daba tanto miedo subir. Y viste todo desde lo alto y te pareció fácil. Quizá, demasiado fácil.
Escribo por una época en que los referentes de nuestros padres, aquellos libros de aventuras de Stevenson, Verne o Salgari, ya estaban sacralizados como clásicos y el mercado editorial se daba cuenta de que podía manejarnos en un terreno seguro, atractivo, excluyente. Acotó los parques con vallas de colores y nos presentaron colecciones de títulos meditados que en su mayoría no volveríamos a mirar.
Pero yo sigo recordando Las brujas de Roald Dahl como una de las historias más deliciosas y perversas de mi niñez. Me acuerdo de la hija adolescente de La extraña familia Mennym colocándose unas gafas de sol sobre la piel de trapo para que nadie apreciara sus ojos de botón. Me acuerdo de Coraline atravesando el túnel, de Alicia cayendo por la madriguera (y de la forma tan distinta que tuvo de caer muchos años después), de Blanca y Aglaia y su día a día en lo alto de un árbol, de Rudiger y de Anna la Valiente y de Atreyu escuchando la voz de Uyulala y de todos los líos de dioses de mitologías remotas donde siempre moría alguien, y las punzadas de placer perverso de los cuentos tradicionales antes de que los amordazaran con confitura de cerezas. Y los mutantes de cómic que me daban ganas de poner los ojos en blanco y desatar una tormenta. Y también ella, AeShaettr, Lyra Lenguadeplata, dispuesta a fundar la República del Cielo y de paso, la leyenda de una heroína atípica y fiera como un gato montés. Y Harry Potter descubriendo aquel colegio donde yo hubiera dado un dedo por que me admitieran.
Porque sí, jugamos al nivel de lo sesudo y el mayor laberinto lingüístico nos parece un reto más placentero cuanto más intrincado. Pero parte de la culpa la tiene B.B.B., por robar aquel libro y habernos mantenido con los ojos enrojecidos durante más tiempo del que podíamos contar, y fuera caía la tarde pero, dentro, Perelín, la selva nocturna, germinaba. Y no lo sabíamos pero ya no había remedio posible.
Por mi parte, sólo puedo agradecerlo.

domingo, 4 de julio de 2010

English summer rain

Ayer llegué a Madrid después de un viaje en tren de ocho horas con retraso acumulado que me permitieron disfrutar más de lo que esperaba de la variedad del paisaje castellano, la agradable temperatura del vagón y la proverbial comodidad de los asientos de clase turista compartidos con peregrinos que olían a botafumeiro poco potente.

Me había pasado los últimos cinco días en un curso de inglés en A Coruña, aunque de la ciudad reconozco que he visto poco: las calles por las que me llevó el taxi, la playa de Riazor con su fauna agitándose al viento, los lugares señalados por cuyos alrededores nos aflojaron las correas el jueves y los garitos de la zona party animal.

Reconozco que no ha estado del todo mal. Galicia bien, gracias, como siempre. Hay pocos momentos de mi vida en los que pueda decir que me siento en casa, y uno de ellos es cuando llueve ligero en Santiago, quizá por mi tocaya la de las Follas novas, quizá porque mi palabra favorita es saudade, quizá porque simplemente me puede la mitomanía.

Cursiladas pretendidamente literarias aparte, he descubierto que no he olvidado todo mi inglés, que cuando me pongo soy capaz de enrollarme media hora sobre cualquier tema aunque no tenga ni idea de éste y que hasta a los irlandeses se les puede pegar el acento.

En el escaso tiempo de que disponíamos entre el variado y excelente rancho compuesto de fritanga industrial varia sustituible por una bandejita de verduras cocidas cuando te atrevías a llamarte vegetariana (en una forma de simplificar persona que no quiere que revienten sus venas), me dio por pensar en la forma en que nos enseñan el inglés en este país. De acuerdo que es una forma pésima, que la mejor manera de aprender una lengua es hablándola, que a partir de los trece años la dificultad para adquirirla se multiplica por diez y que hay un vacío generalizado de profesorado nativo. Reconozco que es difícil, y si a eso le sumamos el interés de los alumnos, incluso en las academias particulares en las que por trescientos euros al mes la gente se dedica a jugar a los barcos, no es de extrañar que nuestra pronunciación sea de vergüenza ajena.

Por eso, lo más habitual es llegar a la universidad y no tener ni putísima idea de la tercera condicional, que no es algo que se use mucho pero oye, que viene bien sabérsela.

Y llegamos a este tipo de cursos, intensivos, grupos de tres y cuatro alumnos por clase con profesores británicos, irlandeses y escoceses con muy buena voluntad que, después de la cantidad de presentaciones, listas de palabras y demás trabajo en grupo con que te han tenido pegado a la silla desde las nueve de la mañana hasta pasada la medianoche, te piden que hagas un pequeño teatro para poner en práctica el vocabulario aprendido o que escenifiques un crimen que previamente has tenido que redactar en pasiva.

He aprendido un poco más que todo eso, pero sienta bastante mal que organicen jueguecitos del tipo "quien se equivoca con una palabra tiene que hacer una prueba": me siento como si tuviera trece años, pero sé que no tengo la facilidad que entonces para aprender una lengua en la que, en general hemos desperdiciado demasiado el tiempo. Más que nada, por no hacer el cafre fuera de casa, que es lo que lamentablemente terminamos haciendo. Tengo la esperanza de que todo esto cambie, pero hasta entonces, parece que lo único que pueden ofrecernos para paliarlo a los que no gozamos de esa enseñanza bilingüe que están implantando con bombo, platillo y vuvuzela es meterse en la piel de un médico nerviosito en su primer día de trabajo que le pregunta a su paciente qué le duele. A mí, la cabeza, un poco. Y el orgullo, también.

jueves, 24 de junio de 2010

De simulacros y ficciones

Hacía mucho que no me pasaba por aquí. No es que la avalancha de comentarios me haya provocado una crisis de éxito: sigo escribiendo. Eso sí, cada vez parece que me importa menos publicar en un blog cada cosa que hago. No estoy orgullosa, no noto que vaya a ninguna parte; sigo disfrutando con ello aunque nunca sea ni un tercio de lo que me gustaría y empiezo mil proyectos que espero poner en marcha y echar a rodar cuando tenga tiempo, es decir, dentro de un par de nuncas, pero también se disfruta hablando de ellos: quién sabe, puede que algún día y por variar me salga bien la jugada.

Mientras, he acabado los exámenes, tercero de carrera y primer ciclo de algo que escogí porque cuando era una adolescente recalcitrante me obligaron a plantearme qué era lo que más me gustaba en la vida. Y mientras, ha vuelto el calor, valiente insensato. Voy a la biblioteca y me preparo los suministros, voy al teatro y critico después texto, escenografía y lo que haga falta; voy a conciertos y me enamoro de algún batería de jazz; me reconcilio con las noches de verano y hasta me están entrando ganas de jugar con fuego. Visto así, parece una vida de novelita fácil, de digestión ligera, una novelita de verano. Y casi lo prefiero, porque desde hace algún tiempo me decanto más por los personajes de ficción.

Me explico: a veces, y que nadie me pregunte por qué pero especialmente cuando estoy entre amigos y hace viento, preferiría algo más que redes sociales, virtuales o humanas, que cada vez parece que se están acercando más y algún día una devorará a la otra (personalmente no tengo favorita). En ese momento prefiero callarme, ser espectadora, como tantas otras veces, con el mismo interés con el que, me van a perdonar, seguiría un partido del Mundial.

Nos miro. Somos universitarios, aunque eso cada vez signifique menos. Algunos podemos ostentar el dudoso orgullo de ser los últimos incomprendidos de un plan lectivo donde figuran en mayúsculas premonitorios A EXTINGUIR, aunque eso tampoco signifique gran cosa.

Aparte de eso, podemos enorgullecernos puerilmente de ser, con muchas comillas, distintos. En algún momento hicimos a alguien enarcar las cejas por nuestra forma de vestir. Vimos o quisimos ver películas que nadie había siquiera oído hablar. Leímos cosas que hacían enrojecer a las señoras en el metro y que nuestros compañeros de clase, pobres incultos, no conocerían jamás. Fuimos al teatro y no pudimos contárselo a nadie y nos callamos como putas la sensación del orgasmo de madera en las fotografías de Man Ray. Y nos sentimos especiales, diferentes, raros, por todo ello, aunque, insisto, no signifique gran cosa para nadie ni sirva demasiado, que a fin de cuentas aquí estamos para servir.

Pero eso fue antes. Antes de entrar a la universidad y darnos cuenta de que había más gente como nosotros. Menos de la que esperábamos. Pero ahí estaban, para arreglar el mundo o para prestar un libro, que a veces es también arreglarnos el mundo.

Y como la maldición de los ex-novios (sí, lo has dejado con ellos pero sigues hablando de ellos), se da a veces (y no sé por qué, pero suele ser cuando hace viento, encima), nosotros, los culturetas universitarios orgullosos de nuestros ombligos, preferimos hablar de las vidas del equivalente de esos zoquetes de antes. En cuanto a los personajes de ficción... bueno, como ejemplo de Ni-Ni me quedo con Holden Caufield, que me carga menos las tintas. Que sean reales o no... bueno, señores, no voy a dirimir sobre qué vida es más real o más plena, porque tendría que empezar por la mía y no sé si me gustaría el resultado. Pero por favor, vamos a hablar de Holden Caufield y de otros de su calaña. Sólo hoy, sólo esta noche, aunque sólo sea porque hace viento.

sábado, 12 de junio de 2010

Gafas de pasta (de mejor vista)

Entonces, el hombre barbudo y cojitranco que había negado con la cabeza tras los aplausos y las risas complacientes me tendió solemnemente las gafas desplegadas como si se dispusiera a coronarme.

Lo primero que vi fueron barrotes. Las paredes de rojo Bohemia se habían vuelto rejas de hierro al frío de la noche, pero no lo noté por el hedor caliente que emanaba de los cuerpos de los simios.

Me sujeté las gafas como si quisiera incrustarme las patillas en las sienes para que no se me escapara ni un detalle y allá donde mirara veía monos de todas clases, monos que chillaban y que fumaban en farsa con pipas y cigarros de juguete entre los labios arrugados, mandriles que exhibían y frotaban los culos a otros mandriles, chimpancés que se masturbaban afanosos o que sonreían con servilismo o con amenaza o con ambas pero desde luego no con alegría o amabilidad, si es que existe la amabilidad para ellos; simios que se empapaban el pelaje de zumo pegajoso o se entregaban a la cópula o se despiojaban unos a otros. Y todo ese ruido, el interminable chillido coral, la polifonía estridente que retumbaba en los barrotes. Me tapé los oídos, presionando con la cara interna de los dedos las patillas en la carne. Un poco más allá, dos monos habían empezado a retarse con el pelaje erizado y muecas de infierno en los rostros.

Sácame de aquí, le digo, por favor, y me quito las gafas y me froto los ojos hasta que logro dar con la puerta. Cuesta respirar: los fines de semana abren el micrófono en el bar de los poetas, y siempre se llena.

domingo, 6 de junio de 2010

Late aún

Fue ella la que ordenó que lo arrancaran.

Allí estará, lo sé, colgado de un gancho sobre el tálamo. Él no quería hacerlo. Incluso pasó por su cabeza la idea de usar el de un cervato. Por eso, preferí hacerlo yo. Aquella mañana de invierno en que nos encontramos, su ballesta frente a mi cuerpo frío casi desnudo en la nieve, le sonreí. Yo me abrí el pecho , horadé mi carne, sentí los regueros de sangre empapando mis harapos y removí las venas con las uñas para terminar arrancando la víscera como quien recoge fruta preciada de unas zarzas. Se lo tendí a aquel hombretón paralizado y parecía que era la primera vez que lo veía, tan cerca. Lo sostuve mucho tiempo, aprisionando el latido con el cepo de mis dedos, mientras resbalaban las gotas de sangre y abrían cráteres tibios en la nieve, hasta que se decidiera a abrir la zamarra. Me di la vuelta y me alejé renqueante, al bosque donde vivo y donde espero.

Desde que el cazador llegase al galope al castillo, sé que ella lo estará manteniendo allí, como un presagio, sobre la cama.

Y sé que está muerta de miedo. Porque sabe que sigo viva. Y es que día tras día se lo recuerdan las gotas de sangre que a cada latido se vierten sobre la almohada, sin dejarle un instante de descanso. Y yo no tengo ninguna prisa.

sábado, 5 de junio de 2010

Lo que no se puede decir

Debería estar haciendo un trabajo sobre interdicción lingüística. Pero es que ya estoy un poco harta de todas esas cosas que no se deben o no se pueden decir. Estoy nerviosa, también: el lunes sólo quedarán un trabajo y un examen más para pasar el ecuador de la carrera.

Y cuando estoy nerviosa mastico chicles y los desecho a los dos minutos, así que mejor no preguntarse qué pasaría si fumara o si me mordiera las uñas: la respuesta está en mis pulgares y en todos esos envoltorios arrugados.

Se trata un poco de todo, claro, nunca es una sola cosa lo que hace que te vayas reduciendo los pulgares como quien ralla patatas. En apariencia, todo va bien, claro, nunca parece que las cosas vayan mal cuando las piensas deternidamente y las comparas con la situación de otros a los que les va mucho peor que a ti. Además, estoy de exámenes, pero no lo parece. De hecho tampoco parece que haya estudiado este año aunque me haya metido entre pecho y espalda un tercero con sus optativas y sus exposiciones de literatura contemporánea. Tampoco me he aburrido, tampoco he dejado de aprender y sí, he tenido momentos en los que no sabía muy bien quién coño era pero no me entraron ganas de suicidarme (ya es un paso, será que me hago mayor para el malditismo).

Y la tarde, a pesar de los gaiteros que ahora mismo ensayan sin que yo me explique muy bien por qué justo debajo de mi ventana, haciéndome odiar los trajes regionales, las tradiciones y hasta si me apuran las lenguas románicas, tampoco se plantea tan sumamente mala.

Pero sigo nerviosa. Más que los chicles que rasgo dentro de mi boca, lo que estoy masticando son las palabras que debería decir pero que no digo porque como en aquella canción de Astrud "claro que me importas, por eso no me importas”. Lo que no puedo o debo decir, se supone, es en qué medida importa, ni qué va a ocurrir, ni nada de todo esto que sucede entre adultos honestos con ellos y con el prójimo que se aclaran a la hora de hablar de terceros pero que una vez les toca a ellos, parecen encontrarse con un montón de cosas que no deberían o no pueden decir. Me estoy perdiendo en mis propias frases, en mis propias noches, en mis propias espirales, y hace calor, y estoy pensando en cambiar a estas alturas de la tarde el título de mi trabajo, aunque seguirá versando sobre interdicciones.

martes, 25 de mayo de 2010

Son sólo días

Hay días jodidos. O días raros. No son exactamente malos, porque son necesarios para apreciar los otros. Pero el caso es que ahí están.

Te levantas después de haber dormido a treguas, y después del repaso inútil de las nueve y del examen cuya entrega te da un respiro de varios días hasta lo siguiente con lo que nos tienen ocupados y quejosos, no lo sabes aún pero resulta que lo mejor del día va a ser la noche que te vas a pasar pateando calles con los cascos puestos y cara de videoclip.

Porque no es bueno estar tranquilamente tumbada pongamos en un banco o una losa del patio de la facultad, escuchando pongamos My Bloody Valentine, o algo así de alegre, mientras devoras las últimas páginas de Fantasmas y buscas el sol con la barbilla; y que de repente, se te ocurra preguntarte (después de dsquitarte en la ficción con los que tocan las narices en la realidad) a dónde estamos yendo, si los del penúltimo curso de licenciatura no seremos a fin de cuentas un invitado incómodo que nadie quiere en su mesa y por eso nos espacian los exámenes, nos recluyen en aulas de tamaño y hechura de trasteros y nos adecuan los contenidos a poco más que hacer la O con un canuto y comentarlo después con los compañeros (que es importante el trabajo en equipo) en inglés y/o con apoyo de Power Point.

Y que por mucho que te reviente esa actitud literaria y malditista del yo contra el mundo, resulta que hay veces que sí que necesitas hablar, tú que te pintas los labios de color femme fatale, cruzar referencias cómplices y recrearte con alguien en los ambientes y los colores del cine que se palpa y se lee y se paladea, y no sentir que eres poco menos que la prima rara del Quijote y que te estás encabronando (y hasta tragándote las ganas de llorar) en ese banco sin motivo alguno.

sábado, 15 de mayo de 2010

Documentación a presentar o con lo que no me atrevo a justificar el interés por una beca

No sé cómo explicarlo, y de hecho no es ni de lejos el único ejemplo que tengo de ello (recuerdo puestas de sol en la pasarela del metro, mañanas frescas de tender ropa frente a la ventana donde cantan los pájaros, noches de asomarse a azoteas de vértigo sobre los neones. Pero aquella mañana de octubre, cuando me quedaban muy pocos días para regresar (uno de los cuales, el último, derramaría en la cama), me fui yo sola a tomar el metro sin un destino fijado. No era la primera vez que lo hacía, alguna tarde, por ejemplo, en el Antiguo Observatorio; pero aquella vez salí yo sola, desde bien temprano, y disfruté del sol y de ese azul imposible que recordaba que hacía pocos días habían disparado al cielo, me senté a comer en un parque al que llegué después de una caminata de media hora atravesando una avenida de color rojo de teja, amarillo de oro antiguo y gris de mañana rutinaria, y recorrí los jardines, las pagodas y las travesías cubiertas, y cuando alcancé los puentes que cruzaban el lago artificial, mi mirada abarcó todos aquellos cafés, las rickshas de turistas gritones, y los hutongs, y los gatos enormes que disfrutaban de ese sol que por una vez no era pequeño ni rojo. Y fue entonces, aquella tarde, acodada en uno de los puentes de la zona de los tres lagos, muy cerca de la Ciudad Prohibida y a dos pasos de un entramado de callejas donde bullía un hormiguero de expatriados casi más locos que yo, cuando sentí que aquella frase tan manida de el hogar no es un sitio, es un estado de ánimo, cobraba sentido: y supe que quería quedarme allí no ya un mes, sino varios, hasta que cobrara sentido también el revuelo de tonos con que se dirigían a mí y del que apenas podía extraer una o dos palabras, pero sin llegar a entender las conversaciones vertiginosas a mi alrededor, que nunca se necesitan. Y por eso solicito la beca: para volver a lo que he llamado hogar casi más veces que a mi ciudad de nacimiento.

lunes, 3 de mayo de 2010

Y que se ponga a llover ahora

Qué rabia, pensar que no hay nadie ahí arriba, en algún punto tras los nubarrones grises que encuadran uno de esos días en que la noción de estar de paso se vuelve tan contundente como una palada de tierra sucia. Y al menos, tendría razón de ser si levanto la cabeza y grito encarándome a la lluvia que es un hijo de la grandísima puta.

jueves, 29 de abril de 2010

Elijo por título

El otro día me terminé esa novela con la que volví locos a los libreros cuando, movida por la curiosidad de los títulos raros, me dediqué a su búsqueda hasta que las caras de estupor me hicieron desistir.

Hace varias semanas la encontré, cómo no, en Anagrama (parece que me pagan por hacerles publicidad, aunque no la necesiten). Es una novela, una novelita escrita a cuatro manos por los que entonces eran unos don nadies que dejaban pasar la vida entre farras, barcos que nunca alcanzaban a zarpar y botellas robadas de Canadian Club. Entonces uno de los colegas con los que se juntan, un casi adolescente rimbaudiano, se carga a otro y se lo cuenta.

Y en clave de ficción los dos don nadies se pusieron a escribir un poco como quien juega Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques.

No la elegí precisamente por calidad literaria, aunque le sobre. Y la he disfrutado porque fue escrita por dos amigos que no se habían comido aún un rosco en el terreno literario, por dos jovenzuelos que veían pasar la vida muy deprisa cuando se despertaban con resaca de alcohol y de morfina y demasiado tarde para embarcarse; y que me recuerda en ocasiones a ese procrastinar eterno de una generación que no va a llamarse de ninguna forma y que parece abocada a la abulia y la rutina.

Sólo que hoy, algo como Y los hipopótamos... no puede darse, porque nadie se guarda, durante tantos años, un escrito así, aunque no tenga la mitad de literatura que este híbrido capitulado a cuatro manos donde Tennison y Ryko son los disfraces de los encumbrados niños de papá, esos Kerouac y Burroughs antes de que escribieran cualquier otra cosa, antes de que sus otros personajes, el viajero y el yonqui, les sustituyeran en los libros de literatura y en la crítica cultural.

sábado, 24 de abril de 2010

Hoy también se puede leer

No sé muy bien si lo del Día del Libro es una celebración o una reivindicación, y más con la que está cayendo en el mercado editorial aunque luego haya según qué productos que funcionan tan sumamente bien. Pero no me voy a meter con los best-sellers que añaden volumen a la carne de Metro, porque tienen su función y la cumplen perfectamente, sobre todo la de ser objeto de críticas y de condescendencias en las reuniones de proyectos de intelectuales venidos a más.

Sin que tenga mucho que ver, entregaron el premio Cervantes, del cual en el ambigú celebrado anoche habían leído algo suyo dos o tres personas y probablemente el año que viene, tristemente, nadie se acordará del poeta mexicano. Pero para eso estaban los amigos, los actores y los poetas para leerle (a él, al premio Cervantes del año anterior, a otros muchos) y ocuparse de horadar esa huella que dejan las experiencias literarias intensas y que hacen que recuerdes esa novela, ese capítulo, ese poema, con una sonrisa agridulce o una mirada perdida entre nubes de ficciones.

En fin, que esto es una entrada, sobre todo, autocomplaciente, y es que la carne es débil y ya echaba en falta poner de cara a la galería lo negro sobre blanco que voy masticando a lo largo de los meses. Puedo ir cambiando de referencias y de registros a la hora de hablar de esto, pero al final siempre me quedaré con unos pocos libros y la sensación tan extraña de anagnórisis que dejan cuando los vas avanzando.

Ahora vendría la parte de los agradecimientos a escritores que no van a leer esto en la vida y que solamente serviría para mostrar al mundo una lista de lecturas muy semejante a la del supermercado, así que prefiero dirigirme al que me recomendó hace ya tanto El almuerzo desnudo, al que me habló de Bolaño por primera vez, al que me dijo que Neuromancer era una novela increíble, al que me mencionó a Amis y a Hornby, a quien metió a Houellebecq en alguna conversación, al que me redescubrió a Welsh o a quien coló a Adrian Tomine en una mañana de sueño. Entre muchos otros. Gracias a todos, por la parte que os toca.

Estamos a 24, y será que no me la merezco, porque todavía no me han regalado ni una rosa. Eso sí, yo ya me he apuntado un par de títulos para regalarme a mí misma. Y es que leer es un placer onanista poco comparable a nada. Disfruten.

sábado, 17 de abril de 2010

Rituales y nostalgias

A lo mejor me estoy pasando con esto de buscar paralelismos pero me parece que por muy posmodernos que nos creamos, seguimos apegados a los ritos de paso y a las celebraciones ancestrales con sus dones, sus intercambios y sus tránsitos. El jueves fue el delirio carnavalesco y la deliciosa pérdida de conciencia que supone una fiesta universitaria que invierte los papeles (o directamente nos hace perderlos): profesores con vasos de litro en la mano, el decano subido a un escenario marcándose un rock & roll y un séquito de sátiros y ménades con vaqueros y deportivas manchados de barro atronando los pasillos de una facultad que cuenta con quinientos años de historia. Para algunos, un ritual iniciático, para otros, ya una tradición que mejora con los años.

Al día siguiente, obviando desperfectos que pasan por una resaca general y solidaria, volvimos a las formas: trajes, corbatas, vestidos vaporosos, peinados de cóctel, sombreros, prendedores, carmín y perfumes. Muy cerca del artesonado de madera del techo, que es donde dejan estar a los que no son familiares de los graduandos, nos asomamos al paraninfo, donde parece increíble que hace medio milenio los estudiantes se examinaran (en latín, en griego, en romance). Y ahí están. Conocía a muchos de los que estaban a punto de recibir una banda azul y un diploma, y me pellizcó la nostalgia. Más o menos nerviosos pero emocionados y sonrientes, todos parecían tener la conciencia clara de estar terminando algo que empezaron con ilusión hacía cinco (o más) años que, seguro, han pasado demasiado deprisa.

De la lectura de los discursos de alumnos escogidos (prolijo en referencias y cuidado en palabras el uno, cómplice y asertivo el otro) se pasó a la de los profesores, que recordaron aquellos primeros días de un primer curso que no parecía tan lejano. Para muchos empieza otra etapa y algunos no volverán a pisar la ciudad. Les veo irse, elegantes, charlando con doctores y catedráticos, rumbo a sus respectivos futuros. Intento no pensar en los cafés que les debo ni en todo lo que no he hablado con ellos y que estaría más o menos relacionado con la metaliteratura, ni en los que se marcharán el año que viene (ni en que a mí también se me va a acabar el tinglado), sino en los que vienen después y que han elegido la filología aunque ahora maquillen esa palabra que parece proscrita con el compuesto genérico Estudios Hispánicos. En los que un día, después de una jornada dionisiaca, bajarán unas escaleras que llevan siglos aguantándonos para recibir el galardón con su nombre que concluya la que todo el mundo llama, con la seguridad que da la madurez y la nostalgia de la lozanía, la mejor época de su vida.