martes, 20 de julio de 2010

Ruidos (I)


Ya están otra vez. Los golpes y los quejidos del somier atraviesan las paredes aunque se interponga el colchón de música y los gemidos ahogados se cuelan como las notas falsas de una guitarra. Le tengo dicho que se cambie al látex, pero nunca me hace caso y ahí sigue, con los muelles viejos, manchado y roto, aguantando lo que le caiga.
Siempre igual, desde que nos independizamos, juntos como cuando éramos niños y jugábamos a cazar lagartijas o gatos callejeros. Él asestaba el golpe y yo recogía los cuerpos. Él ensucia y yo recojo. Y ahora, no sé cómo se las apaña pero siempre termino fregando los platos y agachándome a por las pelusas.
Grita. Ella grita. Intervalos cortos, como vagidos de animal acorralado. A él le gusta que griten un poco, al final. Nunca he conseguido entender por qué, pero sólo las deja gritar al final y todas lo acaban haciendo y eso sí no hay música que lo amortigüe.
Nunca las veo entrar. Sólo me deja después, cuando entra al baño a lavarse primero las manos y a darse una ducha que me deja sin agua caliente para las siguientes dos horas. Es preciosa. Eres preciosa, le digo cuando entro. Hay que reconocer que tiene buen gusto, el cabrón, aunque haya que ser como él para conseguirlas. O ser amigo de alguien como él. No me importa fregar los platos si después puedo recoger cuerpos como éste. Es preciosa hasta con la mordaza en la garganta. Él me conoce y sabe que no me gusta tanto que griten, ni al principio ni al final. A mí me gusta que se quede así, quieta, mirando cómo me desabrocho el cinturón, cómo me bajo la cremallera y empiezo a masturbarme ante sus ojos de miedo y rímel corrido.
Me gusta que los cierre como una presa malherida por un cepo.


No hay comentarios: