domingo, 4 de julio de 2010

English summer rain

Ayer llegué a Madrid después de un viaje en tren de ocho horas con retraso acumulado que me permitieron disfrutar más de lo que esperaba de la variedad del paisaje castellano, la agradable temperatura del vagón y la proverbial comodidad de los asientos de clase turista compartidos con peregrinos que olían a botafumeiro poco potente.

Me había pasado los últimos cinco días en un curso de inglés en A Coruña, aunque de la ciudad reconozco que he visto poco: las calles por las que me llevó el taxi, la playa de Riazor con su fauna agitándose al viento, los lugares señalados por cuyos alrededores nos aflojaron las correas el jueves y los garitos de la zona party animal.

Reconozco que no ha estado del todo mal. Galicia bien, gracias, como siempre. Hay pocos momentos de mi vida en los que pueda decir que me siento en casa, y uno de ellos es cuando llueve ligero en Santiago, quizá por mi tocaya la de las Follas novas, quizá porque mi palabra favorita es saudade, quizá porque simplemente me puede la mitomanía.

Cursiladas pretendidamente literarias aparte, he descubierto que no he olvidado todo mi inglés, que cuando me pongo soy capaz de enrollarme media hora sobre cualquier tema aunque no tenga ni idea de éste y que hasta a los irlandeses se les puede pegar el acento.

En el escaso tiempo de que disponíamos entre el variado y excelente rancho compuesto de fritanga industrial varia sustituible por una bandejita de verduras cocidas cuando te atrevías a llamarte vegetariana (en una forma de simplificar persona que no quiere que revienten sus venas), me dio por pensar en la forma en que nos enseñan el inglés en este país. De acuerdo que es una forma pésima, que la mejor manera de aprender una lengua es hablándola, que a partir de los trece años la dificultad para adquirirla se multiplica por diez y que hay un vacío generalizado de profesorado nativo. Reconozco que es difícil, y si a eso le sumamos el interés de los alumnos, incluso en las academias particulares en las que por trescientos euros al mes la gente se dedica a jugar a los barcos, no es de extrañar que nuestra pronunciación sea de vergüenza ajena.

Por eso, lo más habitual es llegar a la universidad y no tener ni putísima idea de la tercera condicional, que no es algo que se use mucho pero oye, que viene bien sabérsela.

Y llegamos a este tipo de cursos, intensivos, grupos de tres y cuatro alumnos por clase con profesores británicos, irlandeses y escoceses con muy buena voluntad que, después de la cantidad de presentaciones, listas de palabras y demás trabajo en grupo con que te han tenido pegado a la silla desde las nueve de la mañana hasta pasada la medianoche, te piden que hagas un pequeño teatro para poner en práctica el vocabulario aprendido o que escenifiques un crimen que previamente has tenido que redactar en pasiva.

He aprendido un poco más que todo eso, pero sienta bastante mal que organicen jueguecitos del tipo "quien se equivoca con una palabra tiene que hacer una prueba": me siento como si tuviera trece años, pero sé que no tengo la facilidad que entonces para aprender una lengua en la que, en general hemos desperdiciado demasiado el tiempo. Más que nada, por no hacer el cafre fuera de casa, que es lo que lamentablemente terminamos haciendo. Tengo la esperanza de que todo esto cambie, pero hasta entonces, parece que lo único que pueden ofrecernos para paliarlo a los que no gozamos de esa enseñanza bilingüe que están implantando con bombo, platillo y vuvuzela es meterse en la piel de un médico nerviosito en su primer día de trabajo que le pregunta a su paciente qué le duele. A mí, la cabeza, un poco. Y el orgullo, también.

2 comentarios:

Beíta dijo...

Yo sólo sé que la dieta de esa residencia no era sana y que Galicia manda (or Galicia rules! hahaha)
;)

Anónimo dijo...

Señorita ha sido todo un placer leer como te quejas de todo. Me recuerdas a mi :)

Prefiero no opinar sobre el nivel de inglés de este país y sobre la enseñanza cutre pop como la llamo yo a nivel de idiomas. En fin

Yo volví como me fui de la Coruña pero con bonitos recuerdos eso si.

No te diré quién soy todavía, tu sigue mi rastro y si eso empezamos un jueguecito que a mi me gusta llamar atrapa a la liebre. Por lo que he leído te gusta jugar, asique empezamos?