sábado, 5 de junio de 2010

Lo que no se puede decir

Debería estar haciendo un trabajo sobre interdicción lingüística. Pero es que ya estoy un poco harta de todas esas cosas que no se deben o no se pueden decir. Estoy nerviosa, también: el lunes sólo quedarán un trabajo y un examen más para pasar el ecuador de la carrera.

Y cuando estoy nerviosa mastico chicles y los desecho a los dos minutos, así que mejor no preguntarse qué pasaría si fumara o si me mordiera las uñas: la respuesta está en mis pulgares y en todos esos envoltorios arrugados.

Se trata un poco de todo, claro, nunca es una sola cosa lo que hace que te vayas reduciendo los pulgares como quien ralla patatas. En apariencia, todo va bien, claro, nunca parece que las cosas vayan mal cuando las piensas deternidamente y las comparas con la situación de otros a los que les va mucho peor que a ti. Además, estoy de exámenes, pero no lo parece. De hecho tampoco parece que haya estudiado este año aunque me haya metido entre pecho y espalda un tercero con sus optativas y sus exposiciones de literatura contemporánea. Tampoco me he aburrido, tampoco he dejado de aprender y sí, he tenido momentos en los que no sabía muy bien quién coño era pero no me entraron ganas de suicidarme (ya es un paso, será que me hago mayor para el malditismo).

Y la tarde, a pesar de los gaiteros que ahora mismo ensayan sin que yo me explique muy bien por qué justo debajo de mi ventana, haciéndome odiar los trajes regionales, las tradiciones y hasta si me apuran las lenguas románicas, tampoco se plantea tan sumamente mala.

Pero sigo nerviosa. Más que los chicles que rasgo dentro de mi boca, lo que estoy masticando son las palabras que debería decir pero que no digo porque como en aquella canción de Astrud "claro que me importas, por eso no me importas”. Lo que no puedo o debo decir, se supone, es en qué medida importa, ni qué va a ocurrir, ni nada de todo esto que sucede entre adultos honestos con ellos y con el prójimo que se aclaran a la hora de hablar de terceros pero que una vez les toca a ellos, parecen encontrarse con un montón de cosas que no deberían o no pueden decir. Me estoy perdiendo en mis propias frases, en mis propias noches, en mis propias espirales, y hace calor, y estoy pensando en cambiar a estas alturas de la tarde el título de mi trabajo, aunque seguirá versando sobre interdicciones.

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