sábado, 17 de abril de 2010

Rituales y nostalgias

A lo mejor me estoy pasando con esto de buscar paralelismos pero me parece que por muy posmodernos que nos creamos, seguimos apegados a los ritos de paso y a las celebraciones ancestrales con sus dones, sus intercambios y sus tránsitos. El jueves fue el delirio carnavalesco y la deliciosa pérdida de conciencia que supone una fiesta universitaria que invierte los papeles (o directamente nos hace perderlos): profesores con vasos de litro en la mano, el decano subido a un escenario marcándose un rock & roll y un séquito de sátiros y ménades con vaqueros y deportivas manchados de barro atronando los pasillos de una facultad que cuenta con quinientos años de historia. Para algunos, un ritual iniciático, para otros, ya una tradición que mejora con los años.

Al día siguiente, obviando desperfectos que pasan por una resaca general y solidaria, volvimos a las formas: trajes, corbatas, vestidos vaporosos, peinados de cóctel, sombreros, prendedores, carmín y perfumes. Muy cerca del artesonado de madera del techo, que es donde dejan estar a los que no son familiares de los graduandos, nos asomamos al paraninfo, donde parece increíble que hace medio milenio los estudiantes se examinaran (en latín, en griego, en romance). Y ahí están. Conocía a muchos de los que estaban a punto de recibir una banda azul y un diploma, y me pellizcó la nostalgia. Más o menos nerviosos pero emocionados y sonrientes, todos parecían tener la conciencia clara de estar terminando algo que empezaron con ilusión hacía cinco (o más) años que, seguro, han pasado demasiado deprisa.

De la lectura de los discursos de alumnos escogidos (prolijo en referencias y cuidado en palabras el uno, cómplice y asertivo el otro) se pasó a la de los profesores, que recordaron aquellos primeros días de un primer curso que no parecía tan lejano. Para muchos empieza otra etapa y algunos no volverán a pisar la ciudad. Les veo irse, elegantes, charlando con doctores y catedráticos, rumbo a sus respectivos futuros. Intento no pensar en los cafés que les debo ni en todo lo que no he hablado con ellos y que estaría más o menos relacionado con la metaliteratura, ni en los que se marcharán el año que viene (ni en que a mí también se me va a acabar el tinglado), sino en los que vienen después y que han elegido la filología aunque ahora maquillen esa palabra que parece proscrita con el compuesto genérico Estudios Hispánicos. En los que un día, después de una jornada dionisiaca, bajarán unas escaleras que llevan siglos aguantándonos para recibir el galardón con su nombre que concluya la que todo el mundo llama, con la seguridad que da la madurez y la nostalgia de la lozanía, la mejor época de su vida.

2 comentarios:

Brotesto dijo...

Oh, ese atavismo atávico y alcoholizado... cómo me gusta, maldita sea, que los papeles se inviertan, como cuando lias polvillo dese risueño en modo bandera y quemas lo sobrante.
¿He dicho algo?

Bah, bah, que qué pseudo.peroratas más tremendas se monta usted, oiga.

PD: pordió, qué bien ver el cuadradico de quienes decimos que le leemos. Aunque seahí... xDDD

Anónimo dijo...

Es curiosa la antítesis que planteas en relación a lo acaecido el día de "esa" vuestra graduación. No obstante aunque los formalismos y registros de elevado nivel culto (o simplemente de mayor sabiduría) se desnuden de vez en cuando para mostrar la clara diferencia entre los apolíneo y lo dionisiaco (que ya lo dijo Nietzsche) no debemos olvidar el papel que tenemos cada uno y que no todos comparten esa clara divergencia en los actos. Uno hoy es intelectual y mañana fiestero. Algo incoherente, puede ser suplementeario pero de ninguna manera complementario.

Solo eso.

Me ha gustado el blog

Saludos

Antonio