sábado, 9 de abril de 2011

Poco más que añadir VII

Algunos países actúan como una droga. Es el caso de China, que tiene el sorprendente poder de convertir en pretenciosos a todos aquellos que han estado allí, incluso a todos aquellos que hablan de ella.


La pretensión induce a escribir. De ahí la ingente cantidad de libros sobre China. […].
 
Nada permite tanto dárselas de algo como decir “Acabo de llegar de China”. Y todavía hoy, cuando intuyo que alguien no me admira lo suficiente, recurro a un “cuando vivía en Pekín”, pronunciado como quien no quiere la cosa y en un tono de voz indiferente.”


[…]

El esnobismo no es la única explicación. El elemento fantástico es tremendo e irresistible. Cualquier viajero que desembarcase en China sin una buena dosis de fantasías Chinas, no vería más que una pesadilla.

[…]

Por supuesto, estaba la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo, la Colina Perfumada, la Gran Muralla, los sepulcros Ming. Pero eso era para los domingos.

El resto de la semana estaban la inmundicia, la desesperación, la corriente de hormigón, el gueto, la vigilancia, disciplinas en las que los chinos sobresalen.

Ningún país deslumbra hasta tal punto: las personas que lo abandonan se refieren a las maravillas que han visto. Pese a su buena fe, no suelen mencionar una fealdad tentacular que no ha podido pasarles por alto. Se trata de un fenómeno extraño. China es como una hábil cortesana que consiguiera hacer olvidar sus innumerables imperfecciones físicas sin siquiera disimularlas, y que inspirase una admiración incondicional entre todos sus amantes.
El sabotaje amoroso, Amélie Nothomb


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