sábado, 23 de octubre de 2010

Ruidos (III)

No sé por qué maúlla. Si aún no han pasado quince días.
Leí en algún sitio que los gatos se pueden racionar la comida durante quince días.
Comida tiene. Pero maúlla como si guardara ahí dentro hambre para un continente. O como si se hubiera pillado la cola con una silla y esta hubiera cobrado vida y le estuviera persiguiendo a mala leche para machacársela. Es raro.
Le imagino caminando penosamente a un lado y otro del piso con una silla martirizándole la cola. No sé por qué se me ocurren esas cosas tan raras pero no puedo dormir.
Ella me dijo que se iba a pasar el verano en la playa. Que estuviera atento al gato, no fuera a ser que se escapara. Que le había dejado comida. Pues vale, le dije. No quiero problemas.
Yo aquella noche sólo subí para apagar la radio. El gato habrá estado jugando, pensé mientras abría la puerta. Olía a cerrado, a muebles viejos, la luz estaba cortada y la radio seguía sonando.
Algo se me cruzó y me caí al suelo. Oí al gato trajinando, maullaba bajito, cerca. Ahí tirado en la alfombra palpé algo que no me pareció un mueble, pero no me atreví a volver a tocarlo. Llamé pero no respondió nadie. A la vuelta mi mano notó lo que sí me pareció un zapato de plástico. Me incorporé a tientas al ritmo idiota de una canción veraniega que no recuerdo.
Di al fin con la radio. Le quité las pilas a tientas, por si acaso. Esquivé al gato, que maulló un poco, di cuatro vueltas de llave, bajé en silencio con la canción en la cabeza. No quiero problemas, no he vuelto a subir.
No sé, no sé. En quince días. Estará bien. Si será por comida.

No hay comentarios: